viernes, 13 de abril de 2012

Carta de Toro Sentado al Hombre Blanco


"El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras.

El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros?

Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.

Los fallecidos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros fallecidos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide.

El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos, or eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.

¡No lo comprendo! Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos. El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí. Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos. Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él de amigo a amigo no puede estar exento del destino común. Quizá seamos hermanos, después de todo. ¡Lo veremos!

Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. Él es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para Él y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia...."

SITTING BULL 1831-90) TORO SENTADO (Tatanka Iyotake)

Curandero y Jefe Hunkpapa (una línea Sioux, nómada y belicosa), Sitting Bull era respetado en todas las tribus Indígenas por su coraje y sabiduría. Y al mismo tiempo, era temido por los colonizadores y por el propio ejército de los Estados Unidos por su determinación en librar las tierras indígenas del dominio de los hombres blancos. Bajo su jefatura las tribus Sioux se unieron para luchar por el derecho de vivir en las Grandes Planicies. Sitting Bull nació cerca de 1831 cerca del Grand River, en el territorio de Dakota. Tuvo sus primeros desacuerdos con soldados blancos en junio de 1863. Durante los 5 años que siguieron él se enfrentó al ejército americano innumerables veces. En el 1867 fue elegido como el principal jefe de la nación Sioux. Algunos años después, en1870, el oro fue descubierto en Black Hills y los buscadores, invadieron las tierras indígenas. Las batallas eran sangrientas y, así, el gobierno americano resolvió expulsar a los Sioux de sus tierras y llevarlos a reservas, para garantizar la extracción del oro. Sitting Bull rehusó ir y el ejército fue movilizado para sacar al gran jefe Sioux y a su pueblo de la región. Sitting Bull entonces convocó a los Sioux, los Cheyenne y algunos Arapahoes para acompañarlo al valle de Little Bighorn River. Allí, hizo un presagio de que los soldados "iban caer en su campamento como langostas del cielo".

Su profecía se cumplió el 25 de junio del 1876, cuando el Teniente Coronel George Armstrong Custer y sus soldados cabalgaron por el valle y fueron exterminados en una batalla histórica. Sitting Bull llevó a su pueblo a Canadá, donde podrían depender del búfalo para su sustento. Pero cuando los búfalos comenzaron a desaparecer fueron forzados a rendirse.

Triste, porque los pueblos nómadas no consiguen vivir en reservas, Sitting Bull intentó muchas veces dejar estos lugares impuestos por el hombre blanco y acabó muriendo el 15 de diciembre del 1890, en el Grand River en Dakota del Sur con sus guerreros que intentaban impedir su prisión.


domingo, 8 de abril de 2012

El Chamán y el Gran Espíritu


En el principio sólo estaba el Gran Espíritu. Él era la quietud y el silencio; era un tesoro oculto pero quiso ser descubierto. Entonces, dentro de Sí Mismo, creó el movimiento y se manifestó como la eclosión de los universos, que fueron semejantes a corazones en un infinito cuerpo. Así, del silencio, surgió el sonido; una ilusión preñada a la vez de vacío.

Y el Gran Espíritu soñó además los mundos y a los seres que los habitarían como quien se cuenta un cuento a Sí Mismo. Se formaron entonces los mundos en base a los cuatro elementos y sus combinaciones dentro del espacio y el tiempo. Así, el Gran Espíritu imaginó al ser humano perfecto y, como una semilla que debía germinar y evolucionar, lo plantó en la tierra y lo dividió en millones de cuerpos.

Creó también a los animales perfectos, a las plantas, a los minerales, a los espíritus, a las montañas y a los ríos, y también distribuyó sus reflejos entre la tierra, y al principio el hombre convivió con todos y llamó a la Tierra su Madre y a los seres que la habitaban sus hermanos.

Pero el “hombre blanco” pronto se quiso ver por encima de todo y se ensoberbeció. Mientras iba descubriendo su potencial, se fue volviendo cada vez más arrogante, hasta que finalmente dio la espalda a sus hermanos y levantó su mano contra la Tierra y la envenenó. Entonces llamó Dios al Gran Espíritu, cambió las praderas y las montañas por casas de piedra donde habitaba aquella deidad, tomó el saber de los ancestros de los pueblos nativos y los aniquiló, quemó en hogueras a los hombres medicina, contaminó los mares, taló los árboles, asesinó a los habitantes de los bosques, envenenó los cielos y la tierra, cazó para matar, no para comer, y se refugió en poblados de cemento y hormigón.

Entonces el Gran Espíritu se enfadó mucho con los hijos de la Tierra y los condenó al sufrimiento, a no satisfacer nunca sus deseos, a la soledad aun rodeados de gente, a la tristeza, a la melancolía, a la ansiedad y a una pena que nada podía curar.

Después reunió a toda Su creación y acusó al hombre, destapó su ignorancia y su maldad y quiso destruirlo, pero algunos seres pidieron permiso para interceder; El espíritu del lobo, del cóndor, de la serpiente, del jaguar, del caballo, del árbol, de la montaña, del río, junto con otros, dijeron al Gran Espíritu:

“Si dejamos al hombre solo, estaremos cayendo en su mismo error, abandonando también a nuestro hermano”

Y el Gran Espíritu, conmovido, se llenó de alegría y preguntó a los espíritus qué querían hacer por el hombre. Y los espíritus dijeron:

“Déjanos caminar con él, a su lado. Que cuando sueñe, nosotros le recordemos quién es, que cuando vea a nuestros reflejos en la tierra, puedan viajar juntos como si fueran uno, que cuando divise la naturaleza, escuche los sonidos de la selva y contemple las estrellas y la luna a la luz del fuego, sienta el amor de la Madre Tierra brotar de nuevo en su interior y sienta que forma parte de toda la creación.”

Así, el Gran Espíritu no abandonó al hombre y plantó dentro de él la semilla del recuerdo de lo que podría llegar a ser, y le dio además inspiraciones e hizo brotar de nuevo en la naturaleza las plantas de poder para que el hombre pudiera volver a ver a los espíritus de los elementos, de los animales, de los otros mundos y que su dolor se calmara si regresaba a su origen.

Y le dio los sueños y las abstracciones en las noches de luna llena, las formas mágicas del humo del tabaco, el arrobamiento ante la inmensidad de la selva, bajo la majestuosidad de la montaña, a la sombra del misterioso silencio del árbol centenario, contemplado la grandeza del cielo escuchando el aullar del lobo.

También vinculó su alma al espíritu de uno de los animales que intercedieron por él, para que viajaran juntos y así poder recordar su antiguo vínculo con la naturaleza. Y de repente volvieron a surgir los chamanes, hombres que podían hablar con el Gran Espíritu, pero que tenían prohibida Su Esencia y solo alcanzaban a ver el sueño que Dios ideó para el ser humano, porque cuando alguien hablaba del Gran Espíritu, Él cambiaba y huía como un cervatillo asustado.

Y los chamanes alentaron a sus hermanos a regresar al Plan Original de la Creación, ocupando su lugar dentro de la naturaleza volviendo a ser hermanos de los animales, de los vegetales, de los minerales, del viento, del fuego, del agua y de los espíritus...

Volvieron a enseñar al hombre a sentarse en silencio frente a la inmensidad de la selva, a contemplar el vuelo del águila y a volar con ella, a ver con los ojos del jaguar, a buscar la sabiduría de la serpiente y a aullar como el coyote. Les enseñaron a respetar a la Madre Tierra, a equilibrar a los abuelitos, los elementos, a buscar al espíritu animal que les fue otorgado, a abrazar al árbol y a proteger la vida. Entonces se crearon los Círculos Sagrados del Retorno, donde el hombre podía regresar voluntariamente a su antigua condición...


Extracto de mi último libro: El Chamán y el Gran Espíritu