jueves, 22 de noviembre de 2012

El Corazón de la Meditación



Como la fiera salvaje decide por quién se deja acariciar, la meditación escoge a quién someterse y a quién no. Igualmente es semejante al tesoro que decide por quién va a ser descubierto mientras el hombre insensato piensa que ha sido su propia argucia la que lo condujo hasta la Joya que Satisface todos los deseos. La meditación se entrega solamente a quien previamente se ha enamorado de ella. No obstante, el enamorado no sabe que fue ella la que se enamoró primero. Nadie puede abrir su libro si no le ha sida entregada previamente la llave. Ella escoge a quién se revela y a quién no. La meditación es la medicina que decide a qué enfermo sanará. Para sanar hay que buscarla, para buscarla debes anhelarla de corazón. La meditación es exclusiva de los sabios porque convierte en sabios a los enamorados. ¡Qué paradoja! Así, los que se acercan a ella es porque primeramente supieron pararse para escuchar el sonido de su voz. Su voz suena como la música de las esferas, como los sagrados mantras de la India, como el sonido del silencio inmutable que se oye en desierto y que, aunque pretendas romperlo, siempre vuelve. La meditación se esconde en las cuevas de los picos del Himalaya, en el interior de una lámpara maravillosa, en lo alto de la montaña desde donde se divisa la infinitud. No obstante, la mente humana no puede comprender ni aceptar lo que es el infinito pues, siguiendo al ego, pone límites a todo. Entonces sucede el milagro y, tumbándose bajo el cielo estrellado descubre su ignorancia real, vanidad y pretensión. Solo entones puede captar algo de lo que significa el infinito aun siendo el cosmos una creación del Ser Eterno. Cuando el peregrino respira se hace consciente de esta Suprema Verdad y se enamora, por eso a los meditadores también se les ha llamados enamorados.
Como el amor verdadero, la meditación requiere de esfuerzo y constancia, sino no sería meditación. Quien medita se convierte en meditación. Quien no lo hace puede llegar a apreciarla como se aprecia una buena canción que suena en la radio. La escucharás, hablarás bien de ella, dirás: - Oh la meditación. ¡Qué romántico sería poder sentarme a meditar! Pero lo cierto es que eres como un ladrón en la noche que pretende robar el tesoro de los iluminados que con tanto esfuerzo pudieron conseguir. No obstante, ella se ha escondido de ti y ha hecho bien, pues conocía tus intenciones. Nunca le juraste amor, tan solo era deseo y encaprichamiento.
El verdadero amante es el morador de la Ciudad de Dios, la cual tiene siete puertas. Dentro del cuerpo mora el espíritu. Ese espíritu es un trozo del Señor y ese trozo del Infinito es tu yo real. Así, el templo del cuerpo debe ser purificado por su morador, limpiando la ciudad para hacerla cada vez más bella a través de la palabra, el pensamiento y la acción.
El hombre tiembla, llora, la respiración se detiene y entrecorta, comienzan los lamentos y el rubor cuando se acerca a lo que le mueve el corazón.
Hay gente que se emociona al oír poesía, ante una imagen sagrada, en medio de la misa o con el canto del muecín.
Otras se turban ante un coche lujoso, una casa grande o un buen negocio. Cada cual manifiesta lo que guarda en su pecho. No obstante, el meditador solo se ha enamorado de Dios.
El Brahmán no tiene fin, ni principio, ni punto medio, ni mas allá, ni más acá, ni cerca, ni lejos, ni alto, ni bajo. Él crea en Su propio cuerpo a falta de otro lienzo porque Dios lo es todo y ocupa completamente el espacio, que además es Su creación. Nada existe excepto Dios. Todo es de Su propiedad y sin embargo Él está y no está en ella. No obstante en el silencio se puede escuchar Su Voz.
En toda la creación se oye una sola palabra: ¡Jesús! Y en Jesús solo se oye una palabra: ¡Padre! Así entre ambos se ha manifestado la esencia del Amor.”
“Hubo un tiempo en que un viejo gurú hacía diariamente una peregrinación a un templo en la cima de una montaña seguido de decenas de discípulos. No obstante, cuando faltaban unos doscientos metros para alcanzar el oratorio, el maestro se sentaba a descansar en un recodo del camino y decía:
-El trayecto que falta es solo para enamorados-

Entendiendo sus discípulos que ya habían llegado a su meta y que el resto del camino estaba reservado a las parejas que buscaban hacerse arrumacos en la intimidad, se daban la vuelta muy contentos y regresaban al hogar. Luego, cuando el maestro se quedaba a solas, seguía el sendero hasta la cumbre, entraba en el templo, se postraba ante Dios y decía:

-Parece que sigo siendo yo el único enamorado de Ti-”

Extracto de mi último libro: Hacia el Brahmán