lunes, 26 de agosto de 2013

LA ÚLTIMA MEZQUITA





Cuando algunos me preguntan por qué no he ido todavía a visitar Jerusalén, sabiendo lo que siento por esta ciudad, yo les suelo contar esta historia...

Dicen que un peregrino llegó a Isphahan y, dispuesto a entrar en una de sus muchas mezquitas, se fijó en algo inusual. En la entrada de la misma, justo a dos palmos del suelo al lado de la puerta, había un cartel en memoria de un hombre. Siendo esto poco habitual en el Islam, y además situado en un lugar tan extraño, cerca del piso, quiso conocer el por qué y, al preguntar, le dijeron:

"Hace mucho tiempo un hombre de origen andalusí tuvo un sueño. Soñó con una preciosa mezquita la cual estaba siempre habitada por santos y santas, y la Presencia de Dios jamás la abandonaba. Tanto le impresionó aquella visión que, dejando casa, negocio, familia y todas sus pertenencias, recorrió el mundo entero, desde Al–Andalus hasta China, peregrinando de mezquita en mezquita buscando una en la que hallara la Verdad. Siendo ya muy mayor, habiendo recorrido el mundo entero y conocido todas las mezquitas, concluyó su aventura y se le podía ver sentado en la puerta de ésta, la última del mundo, la última que le quedaba por visitar, sin querer entrar porque con ella terminaría su búsqueda. Cuentan que el hombre jamás traspasó sus lindes, que esperaba fuera rezando, mirando el horizonte, suspirando y recitando el Sagrado Corán hasta que ya nadie lo volvió a ver jamás. El mismo día en que desapareció, una lápida sin nombre apareció en el cementerio, de la cual emanaba un intenso olor a almizcle. Nosotros hemos dejado este monumento a él en recuerdo de su hazaña, justo en el lugar donde se sentaba, ahí abajo, porque nunca abandonó su búsqueda, porque nunca abandonó su sueño, siempre fue tras él.
Si hubiera pasado y no hubiera encontrado lo que buscaba, habría muerto de dolor creyendo haber malgastado su vida. Pero si hubiera entrado, igualmente su búsqueda habría terminado, y también habría acabado su vida por carecer de otro sueño. Por eso se quedó aquí, en la puerta, soñando y a la vez temiendo esta última mezquita."

En el lenguaje secreto de los sufís, como la caja de Pandora, esta última mezquita representa la esperanza, lo que nos hace seguir buscando. Esta mezquita final es dejar de leer las últimas páginas de un libro que nos ha fascinado porque así nunca se acabará. Es rozar los labios de la amada sin acabar de consumar el beso para sostenerlo en el tiempo hasta la eternidad. La razón oculta por la que nunca decimos adiós, sino hasta pronto. El anhelo interior que nos hace esperar en la puerta del Templo del Señor anhelando y temiendo al mismo tiempo que sea realmente la última mezquita porque habría acabado nuestra búsqueda. Es la esperanza de seguir buscando, porque si Dios es Eterno, nuestra búsqueda deberá igualmente ser eterna. Yo temo visitar Jerusalén porque quizás sea mi última mezquita, y todavía no me he cansado de buscar ya que en cumplir mis sueños dedico toda mi vida y eso es lo que me hace levantar cada mañana.


Aquel monumento en honor a ese hombre tenía un nombre común, Abdullah, siervo de Dios, un nombre al que podemos responder todos porque es masculino y femenino. Por tanto, aquel monumento era un recuerdo a nuestro niño perdido, a los sueños que dejamos por el camino y a la aventura de retomarlos. ¿Qué sería de mí sin mi búsqueda?

EXTRACTO DE: LA TABERNA DEL DERVICHE

http://www.lulu.com/shop/manuel-i-fernández-muñoz/la-taberna-de-los-derviches-cuentos-y-sabiduría-sufí/ebook/product-21161186.html

sábado, 3 de agosto de 2013

EL SADDAY



 
 
"La tradición oral egipcia sigue narrando la historia de aquella vez que llegué con un grupo de españoles al Sinaí y me encontré en la cima con un niño que rezaba mirando al horizonte. Acercándome al pequeño, le pregunté con sorna: - ¿Con quién hablabas? – ¡Con Dios! – Respondió el niño - ¿Qué Dios? ¡Yo no puedo verlo! – Repliqué. Pero el pequeño, señalando con su dedo algún punto delante de él, me dijo - Quizás debería mirar mejor - ¿Hablas con un Dios que solamente puedes ver tú? – Seguí preguntando - ¡Ése es su secreto y el mío! – Contestó - ¿Y te responde? – insistí - ¡Oh, por supuesto señor! - dijo finalmente y, volviendo su mirada entre las escarpadas cumbres, comenzó a entonar extractos del Sagrado Corán mientras yo me daba la vuelta y regresaba donde acampaban mis compañeros. No obstante, cuando me senté junto a ellos, uno me preguntó: - ¿Con quién hablabas? – Con un niño – respondí - ¿Qué niño? ¡Yo no puedo verlo! – Me replicó y, señalando el lugar donde el pequeñuelo seguía recitando el Corán, comprendí que solo yo era capaz de verlo y oírlo. En aquel momento el corazón se me encogió, dejé de respirar y entendí lo que estaba pasando - ¡Quizás deberías mirar mejor! - dije finalmente mientras notaba cómo en mi alma se encendía una poderosa llama - ¿Hablas con un niño que solamente ves tú? – Siguió preguntándome - ¡Sí! - dije - ¡Ése es su secreto y el mío! - ¿Y te responde?- Insistió mi compañero – ¡Por supuesto! - ¿Y qué te ha dicho? - Volvió a preguntarme  – Oh amigo mío, si te lo dijera me tomarías por loco. Ese niño era un ángel del Señor que me ha enseñado la Belleza que se esconde en los versos de su propio Coran-zón. 
Años después me hice musulmán y subí de nuevo a la cima del Monte Moisés a salmodiar yo mismo lo que había encontrado en mi Corán pero, entre un verso y otro, desde algún lugar de la montaña, se volvió a escuchar la voz de un niño que, cada vez que yo callaba, él contestaba: - ¡Dios es el más Grande. No hay más dios que Dios! -"
Extracto de mi libro: LA TABERNA DEL DERVICHE
http://www.lulu.com/shop/manuel-i-fern%C3%A1ndez-mu%C3%B1oz/la-taberna-de-los-derviches/ebook/product-21090547.html