miércoles, 28 de octubre de 2015

Konya


Tras dos días de viaje cruzando Europa, y después de entrar en Asia, por fin he llegado al corazón de Anatolia y a la cuna del sufismo. Rezar aquí, en Konya, en la última morada de Mevlana Djalal al Din Rumi, gran maestro de derviches, era un sueño que rondaba mi alma desde que por primera vez vi a los giróvagos dar vueltas alrededor de sus corazones en la otrora mística ciudad de Aleppo, hoy arruinada por la locura humana.

Cada cofradía sufí guarda un método secreto para alcanzar la extinción con nuestro Creador, que incluye una determinada forma de invocación que va pasando de maestro a discípulo generación tras generación. En la cofradía de Djalal al Din Rumi, además del giro, los neófitos debían aprender a salmodiar diversos versos especiales del Sagrado Corán junto a las loas compuestas por el maestro, además de tocar el ney, el timbal y,sobre todo, practicar la renuncia al propio ego y a todo aquello que pudiera apartarles de sus obligaciones para con Dios.

Mevlana, como se conoce al maestro Rumi, significa sencillamente eso, maestro. Por tanto, todos aquellos que decidían seguirle eran conocidos como Mevlevis

Sus poesías, cargadas de infinita pasión, y su gran apertura espiritual, la cual no hacía distinción entre religiones, fue lo que le otorgó la supremacía entre cualquier otro maestro, más si tenemos en cuenta que también introdujo por primera vez la música dentro de las ceremonias espirituales en el mundo islámico como medio para alcanzar el éxtasis. 
Así, al compás del giro, la música tenía la capacidad de elevar al neófito a estados antes desconocidos incluso para los propios sufíes.

Tan impactante resultaba el giro y la melodía de los derviches, que solían ser invitados a los bimaristanes - antiguos manicomios - donde sus ceremonias, según se cuenta, hacían que los internos sanasen de su locura pero enfermasen de Amor.

"Ya no tengo leyes ni reglamentos, no tengo corazón ni religión que me ate. Solo Tú y yo permanecemos, sentados en la esquina de la riqueza en la pobreza. ¿Qué diferencia hay si termino rezando en una iglesia o en La Meca? Una vez que me he abandonado a mí mismo, ¿qué diferencia puede haber entre Unión y Separación?" Fakhr al-din 'Iraqi

Desde la mezquita de Aladdin, en el centro de la ciudad antigua, se puede divisar ya la cúpula verde que indica la ubicación del mausoleo de mi maestro al final de la avenida Mevlana. No sé cuántas veces habré soñado con ella, con poder verla con mis propios ojos, y ahora, unos metros más adelante, el sueño estaba por fin al alcance de mis manos.

Desde lejanas tierras, derviches de todas las cofradías han venido a este lugar a rendir homenaje a quien fue, es y será uno de los más grandes estandartes del sufismo de todos los tiempos. Y ahora yo mismo podía seguir sus pasos e inclinarme y postrarme donde ellos lo hicieron. Templar mi corazón entre los muros del monasterio donde mi escuela tuvo su origen y su centro.

El encanto de Djalal al Din impregna todos los rincones de esta ciudad, desde el sepulcro de Shams hasta el Museo Mevlana, que se enorgullece de la herencia de su hijo adoptivo y del legado de tiempos más prolijos para las ciencias del alma. Aquí está, levantándose hacia las estrellas, el minarete de su mezquita junto al domo verde turquesa de la tumba del ego, porque para entrar en Konya debes dejar el ego en la puerta, como hizo Sair Semi, un derviche muy humilde que vivió aquí hace unos 200 años y que, cuando murió, en 1884, sus vecinos le enterraron dentro del monasterio de Mevlana, junto a otros tantos santos, aunque él había insistido siempre que no era digno de merecer tan alto honor.
Así, a la mañana siguiente de haberle dado sepultura, su cuerpo apareció misteriosamente fuera del recinto.
Sin saber qué pensar, las autoridades de la época decidieron volver a enterrarle y pusieron una guardia para vigilar su tumba. Sin embargo, a la mañana siguiente, el cuerpo volvió a aparecer extramuros, justo en el mismo lugar del día anterior.
Convencidos ya del milagro, sus discípulos decidieron respetar por fin la última voluntad del maestro Sair Semi, enterrándole en el lugar en que había aparecido su cuerpo las dos veces, donde todavía hoy descansan sus restos y se puede ver el túmulo de su sepultura junto a la carretera, detrás de la mezquita mayor, como monumento a la humildad propia de los derviches 

Y es que la magia, el misterio y la emoción impregnan todos y cada uno de los rincones del antiguo monasterio, vagando entre las celdas de los antiguos neófitos, en el agua que corre de la fuente de abluciones y, por supuesto, en el sepulcro de Mevlana que, rodeado también de las tumbas de sus seguidores, descansa viendo cómo cientos de curiosos, turistas y peregrinos, pasan cada día frente a su tumba, cada uno dejando parte de la felicidad que traen y llevándose parte de la felicidad que aquí encuentran.

Más atrás, en la antigua sala de ceremonias, hoy convertida en museo, se exponen diversos ejemplares antiguos del Corán, junto con las ropas de los novicios y un pelo de la barba del Profeta Muhammad, custodiado en una caja de nácar, que es también otro centro de atención.

Los fieles, en una habitación a doble altura, pueden acceder a la mezquita que acoge las suplicas de quienes necesitan suplicar, pues el alma, a la vera de Mevlana, tiene que arrodillarse ante su Señor y llorar de amor y de emoción, porque un corazón adolorido es lo que quiere el Amigo.

Caminar después por entre el Jardín de los Espíritus hace que, de alguna forma, sientas la necesidad de descansar en este lugar, y no me refiero al descanso físico, sino al del alma, al descanso eterno, a la última morada del cuerpo cuando la mente ya ha entrado en el Gran Silencio y lo que queda tiene que ser tapado con una losa para que no huela.

Sin embargo, ahora debía prepararme para la ceremonia que algunos derviches iban a realizar esta noche, dentro de los jardines del museo, y que tendría lugar antes de la última oración… debía estar listo.

“Oh Amada llena de Luz Celestial. El sol, la luna y las estrellas no son nada comparadas contigo. Su luz es un reflejo de tu Luz. ¿Cómo entonces conformarme con otra cosa que no sea la fuente de la Luz? Sólo has dejado un camino abierto al enamorado. El resto del mundo es como la sombra que se pega a tus pies. Sólo una puerta hay que lleva hasta ti. ¡Ay de aquél que no desea fundirse contigo en el fuego de tu Amor! Pues sólo el Amor es el Camino, la Guía y la Protección. El Amor es el principio, el punto medio y el final. Mientras otros aman cualquier otra cosa, yo te amo solo a ti, sabiendo que esa enfermedad es mi cura y mi bendición" La Taberna del Derviche

El maestro Rumi pensaba que Dios es como un Bailarín cósmico que no deja de danzar, de dar vueltas. De ahí que todo el universo gire sobre sí mismo, los planetas alrededor del sol, la luna alrededor de la tierra, la sangre alrededor del corazón… porque de hecho es la consecuencia de la Danza del Señor.
Y, de la misma manera que el Bailarín es distinto de su danza, pero si Él se detiene, el baile cesaría y todos los mundos desaparecerían, la creación es distinta pero asimismo dependiente de Dios. Por tanto, cuando el derviche danza, intenta imitar al Bailarín del Universo, y en su giro las formas, los colores y todo lo externo desparece. Los límites del mundo de fuera se van borrando a medida que el derviche va girando y, por unos breves instantes, es capaz de sintonizar con el Alma del cosmos y ver el corazón de la creación, para derretirse en él, pues la única forma de subsistir es danzar con el Danzante y bailar su canción hasta el amanecer.

Luego, cuando vuelven, porque han sido capaces de juntar lo que antes parecía separado, su visión se muestra clara ante la realidad, que ya no diferencia entre causa y efecto, sino que todo es Él. Desde una estrella a una hormiga, todos son pasos de su baile.  

Así, con la magia de las noches de verano turcas, junto con las primeras estrellas del cielo, empezó a oírse el triste lamento del ney tocando el alma de los presentes como expresión de algo más profundo. Entonces los danzantes fueron saliendo, vistiendo sus largas faldas blancas y sus altos gorros, después se inclinaron ante el Sheij, que esperaba sobre una piel de cordero, y dirigieron sus manos al cielo, esperando el descenso de la bendición, de la Gracia para poder empezar a girar.

Pero antes se han abrazado a sí mismos. Antes han metido su barbilla en el pecho y han hecho una pregunta allí donde Dios habita, donde Dios puede escucharles, su propio corazón, pues han hecho de él un bendito templo para el Señor.

Mevlana decía: - Detrás de cada “Oh Señor” que exhalas, hay un “Aquí estoy” que no escuchas – Y no escuchamos porque no hemos aprendido a silenciar nuestras pasiones mundanas para dar rienda suelta a la única pasión en la que podemos fundirnos sin temor a equivocarnos. ¡El amor a Dios!

No escuchamos la voz de Dios porque el ego, cuando estamos sentados a la sombra, nos dice que vayamos al sol, y cambiamos de sitio. Y cuando estamos al sol, nos vuelve a decir que vayamos a la sombra, y así continuamente. Oyendo los coloquios de nuestro ego, hemos dejado de oír la Voz del Silencio.

Los derviches, sin embargo, antes de danzar, silencian todas sus pasiones, sus coloquios, sus dudas… y, acercándose a las puertas de la Realidad Divina, en voz muy bajita, formulan la pregunta: - ¿Quién soy yo para ti, oh Señor? – Entonces, como si de una suave brisa se tratara, llegará a ellos la respuesta como un susurro, algo que no puede decirse a viva voz. Dios les ha revelado: - Tú eres mi rosa, la flor más bella de mi Jardín. ¡Ven a mí! Mi Paraíso no está completo sin ti. – 
Y sólo cuando es oída Su Voz, el derviche tiene permiso para girar, abriendo sus manos como pétalos de flores, mostrando de esta forma la belleza de su ser que se le ha desvelado. Por eso gira de amor y por amor, exhalando su perfume al mundo entero. Lo “sin nombre”, nos ha dado un nuevo nombre. Lo “sin forma” puede ser adorado por la forma y así el Ser Mayor puede ser concebido por el ser menor.

Así, el derviche pierde toda referencia externa, teniendo como único puente entre su alma y el Alma del Universo, un corazón sangrante y doliente que se lamenta por la separación, quemándose en las calderas de su propio amor. 

"Un día el profeta Muhammad confió en privado a su primo Ali los secretos y misterios del Islam, el dolor por la separación de su alma con el Bienamado y el deseo de retornar a Él que quemaba sus entrañas. Al acabar, sin embargo, le advirtió que no divulgase nada de lo que le había dicho. Así, durante cuarenta jornadas, Ali cumplió su promesa, hasta que no pudo más. Un día, arrastrado por su estado espiritual, por la profunda impresión que le habían causado las palabras del Profeta, desapareció en plena naturaleza hasta que, por azar, encontró un pozo. Ali introdujo entonces su cabeza en él y gritó a las entrañas de la tierra, uno por uno, los misterios transmitidos por Muhammad, aquellos que estaban más cargados de tristeza y de pena, aquellos que habían conseguido derretirle el alma. De esta manera, Ali se liberó de aquel peso interior, pero lo cierto es que, al cabo de unos días, pudo verse una larga y solitaria caña que empezó a crecer desde el interior del pozo. Un joven pastor que pasaba por allí la cortó y fabricó con ella un ney, del que empezó a extraer las más bellas melodías jamás oídas anteriormente. La fama del joven neyzan llegó a oídos del propio Profeta, quien mandó que le presentaran al músico. Así, cuando Muhammad le oyó tocar, con lágrimas en los ojos, afirmó: “Las notas de este ney son la interpretación de los misterios sagrados que le transmití a Ali. Veo en su triste canto el dolor de mi propia alma y los secretos de mi propia religión.” Shams Al Din Ahmad Aflaki

Ante los ojos enjuagados en lágrimas de los asistentes, con la tumba del maestro como telón de fondo, una decena de derviches fueron danzando, elevando además el corazón de todos los que tuvimos la suerte de ser invitados, hacia un lugar y un estado que las palabras no pueden describir.

Cuando terminaron, mi mirada se quiso detener en una hermosa mujer que se sentaba a mi lado, de unos sesenta años, con los ojos increíblemente azules, a la que todos besaban la mano. Y supe que era Mrs. Esin Celebi Bayru, la 22ª tataranieta de Mevlana.
Por la Gracia de Dios había estado viendo la ceremonia junto a ella, al lado de la descendiente viva de mi maestro, justo aquí, en su tumba. Y no quise pasar por alto el poder besarle la mano mientras daba las gracias a Dios por hacer que todos mis sueños se hicieran realidad.

“Oh enamorado, que no dejas de volverte mientras te alejas. Remienda los jirones de tu corazón y sigue tu camino hacia otras tierras, a otros lugares donde nuevas aventuras te están esperando. Mientras el ego se alegra, el alma no para de llorar. ¡Oh bestia maldita, calla, no te rías, respeta mi dolor! Oh enamorado, consuélate, porque por fin has conocido a tu maestro. Mevlana irá ahora siempre contigo. Alégrate, oh peregrino, Konya es la tumba del ego y el resurgimiento del Amor, porque nadie que viene aquí a morir puede salir vivo” La Taberna del Derviche


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