domingo, 15 de noviembre de 2015





"Mientras meditaba bajo un árbol a la vera del Castillo del Lloro, a las afueras de Estambul, escuché al muecín cantando la llamada a la oración… pero yo no acudí porque ya estaba rezando. En mi interior, Dios también es grande, Inmenso, y no hay dios sino Él. Y en éstas, descubrí que en mi pecho también se ubicaba una mezquita, un templo, una iglesia, una sinagoga... un lugar sagrado donde también había que pasar descalzo, y así comencé un viaje interno en pos de poder entrar en ese lugar y tener ese encuentro" La Taberna del Derviche

El judaísmo me enseñó la belleza y la realidad de un Dios único al que buscar para poder adorar como es debido. De Jesús de Nazareth aprendí a mantener con ese buen Dios una relación íntima y personal que, por el hechizo del Amor, superaba todas las distancias entre criatura y Creador y podía llamar Padre. Del Islam aprendí a llevar una práctica espiritual constante, capaz de doblegar al ego. El sufismo me enseñó que Dios también se encontraba dentro de mí, además de fuera. Del hinduismo aprendí que Dios, aunque es Uno, se reparte entre todas sus criaturas, y que mira con los ojos de cualquiera de ellas. Y del budismo aprendí que, si quiero conocer a Dios, debo conocerme primero a mí mismo…