sábado, 20 de febrero de 2016

Los Globos del Alma



"Érase una vez, hace mucho tiempo, una mujer que sufrió la pérdida repentina de su marido. Como habían estado toda la vida juntos, ella pensaba que no podría hacer nada sin él, por lo que se pasaba todo el día llorando sin parar. Cuando abría el armario, abrazaba la ropa colgada se su marido sabiendo que ya nunca más se la volvería a ver puesta, respirando el perfume que ya nunca más volvería a utilizar él.
Como no consiguió acostumbrarse a su ausencia en la cama, al frío que dejó, ni a su espacio vacío en la mesa, a un solitario plato, un día entró al templo y, de rodillas, suplicó a Dios que le mostrara dónde estaba ahora su marido, si es que en el cielo, si es que en el infierno, o si sencillamente había dejado de existir.

Así, esa misma noche, tuvo un sueño. Soñó que un ángel venía a su cama y acompañaba a su alma hasta un lugar muy hermoso, un jardín de bellos colores donde cientos de globos se elevaban por el cielo. Tan impresionada quedó la mujer ante lo que estaba viendo, que quiso saber adónde iban todos esos globos. Entonces el ángel, mirándola con dulzura, le dijo: - Viajan hasta Dios. Son las almas de las personas buenas que han dejado ya sus cuerpos humanos. - Pero en ese momento la mujer se dio cuenta de que había algunos globos que estaban sujetos a la tierra por un cordel y le preguntó al ángel: - ¿Entonces los globos que están sujetos son los de las almas que se han portado mal y no pueden llegar hasta Dios? - ¡No! - respondió el ángel: - Son almas que están amarradas por el sufrimiento de sus seres queridos, que no las dejan irse. Por tanto, se quedan atrapadas aquí, sin poder subir al cielo, pero tampoco sin poder bajar a la tierra, sufriendo porque sus familiares no las han sabido soltar. - Entonces, ante aquellas palabras, la mujer no pudo contener las lágrimas, comprendiendo lo que el ángel le estaba queriendo decir, e hizo el firme propósito de aceptar la realidad y de superar el dolor de la pérdida, sabiendo que algún día su marido y ella volverían a reunirse 'en la habitación de al lado' que es como llamaba san Agustín a la otra vida. Y, justo en ese momento, un globo se soltó de su cordel y subió hacia el cielo. Así, al ver esto, el ángel sonrió y ella despertó del 'sueño'"


Escucha este cuento en nuestro programa "Espacio en Blanco", de Rne, en la sección "La Taberna del Derviche Blanco". Día 17/04/2016. 2ª Hora, a partir del minuto 41. Enlace abajo



domingo, 7 de febrero de 2016

Sundarar



"Hace mucho tiempo, el rey de cierta región, mientras paseaba con su carroza, se cruzó con un niño llamado Sundarar. Reconociendo en el pequeño las marcas de la iluminación, quiso adoptarlo. Así, el tiempo pasó y, cuando llegó a la mayoría de edad, el rey le buscó una buena esposa, pero antes de contraer nupcias, un viejo mendigo se presentó en la corte reclamando al pequeño como su esclavo. Mientras Sundarar le miraba pensando que estaba loco, el rey le pidió sus pruebas. Entonces el hombre le enseñó una hoja firmada por el abuelo de Sundarar donde éste le cedía a toda su descendencia. Contrariado por aquella extraña situación, el rey llamó a los jueces para que dilucidaran si esa petición era legítima. Cuando los jueces llegaron y examinaron el documento, efectivamente tuvieron que dar la razón al mendigo, sin embargo, queriendo saber las circunstancias que le habían llevado a realizar un pacto tan singular, le animaron a que narrara toda la historia, por lo que el hombre dijo que un día, el abuelo del muchacho entró en su casa y le pidió que salvara a toda su familia de la esclavitud de la vida mundana. Totalmente desconcertados, los jueces no entendieron cómo alguien podía salvar a alguien de la esclavitud haciéndolo su esclavo, sin embargo, un erudito de la corte, mirando fijamente al mendigo, se postró ante él y, con la voz entrecortada, le suplicó que les dijera dónde tenía su morada. Sonriendo, el anciano les condujo hasta una pequeña montaña cerca de la aldea, donde se levantaba un antiguo templo, pero cuando entró en él, desapareció. Sundarar, comprendiendo que Dios mismo, cumpliendo la promesa que le había hecho a su abuelo, había venido a buscarle para evitar que se encadenara a los trajines de este mundo, se echó a llorar y se quedó para siempre sirviéndolo allí, componiéndole canciones que todavía hoy se recuerdan. Pero como la primera vez que le vio, pensó que era un loco, algunos de sus poemas de amor comienzan llamándole ¡Oh, mi loco!" Antiguo relato hindú